Tu web es fea de cojones y esta es la razón artística por la que no vende
Vamos a dejar algo claro desde el principio. Sin rodeos.
Tu web es fea.
Es un Frankenstein de plugins mal cosidos, con una tipografía elegida por tu cuñado, colores que compiten por provocarte un ataque epiléptico y botones que parecen sacados de una presentación de Powerpoint de 1998. Y tú te preguntas por qué no vende. Te escondes detrás de excusas como «el algoritmo», «la crisis» o «necesito más tráfico».
Basura.
La razón por la que tu web no vende es la misma por la que no entrarías a comer en un restaurante con las ventanas mugrientas y cucarachas paseando por el suelo. Porque la forma, el diseño, la estética… no son decoración. Son una señal.
Y tu web está enviando la señal equivocada: la señal de que no te importa una mierda.

La estética no es decoración, es la manifestación de tu respeto
Has comprado la mentira de que «la forma sigue a la función». Una excusa perfecta para vagos y mediocres. Te dices a ti mismo que mientras el botón de «comprar» funcione, el resto es secundario. Es una lógica de ingeniero, no de estratega.
En el mundo digital, la forma ES la función.
La función de tu web no es solo «mostrar productos». La función principal es generar confianza en un entorno donde la desconfianza es la norma. Cada elemento visual es un ladrillo en la construcción de esa confianza, o un martillazo que la derriba.
- Una tipografía inconsistente no es un «pequeño detalle». Es tartamudear.
- Imágenes pixeladas de stock no son «un apaño temporal». Es presentarte a una reunión de negocios en chándal.
- Una navegación confusa no es «un área de mejora». Es faltarle al respeto al tiempo de tu cliente.
Tu web es tu principal vendedor. Trabaja 24/7. Y si tu vendedor va mal vestido, huele mal y no sabe expresarse, ¿qué carajo esperas que venda? Un diseño feo no es un problema estético. Es un problema de credibilidad. Y la credibilidad es el único puto activo que tienes online.
«Tu web no es un catálogo. Es un apretón de manos. Y la tuya está sudada, floja y te roba la cartera mientras sonríe.»
Un mal diseño es egoísmo puro
Un diseño cuidado es un acto de empatía. Es la anticipación de las necesidades de tu visitante. Es el trabajo duro que haces tú para que su experiencia sea fácil, intuitiva y agradable. Un buen diseño dice: «Te respeto. Valoro tu tiempo. He pensado en ti».
Un diseño feo, caótico y confuso es un acto de egoísmo.
Grita al visitante: «Este es mi negocio. Estas son mis cosas. Búscate la vida para encontrar lo que quieres y, si tienes suerte, dame tu dinero». Pone toda la carga cognitiva sobre el usuario. Le obliga a descifrar tu caos. Es perezoso, desconsiderado y arrogante.
Y la gente lo percibe. Quizás no a un nivel consciente. No dicen «Ah, la jerarquía visual de esta página es deficiente». Lo que sienten es una fricción. Una incomodidad. Una sensación de que «algo no va bien». Y esa sensación es suficiente para que hagan clic en el botón de «atrás» y se vayan con tu competidor, ese que sí se ha molestado en ordenar su casa antes de invitar a nadie a entrar.
Conclusión: Mata al monstruo y empieza de nuevo
Tu web no necesita otro plugin. No necesita «optimizar el SEO» de un texto que nadie se va a leer porque le sangran los ojos. No necesita más parches.
Necesita una ejecución.
Mata a ese monstruo de Frankenstein que has creado. Y empieza de nuevo. No desde un punto de vista técnico, sino desde uno artístico y estratégico. Empieza con una sola pregunta:
¿Qué experiencia merece la persona a la que le pido que confíe en mí?
La respuesta a esa pregunta es el inicio de un diseño que vende. Porque no se trata de que sea «bonito». Se trata de que demuestre que te lo has tomado en serio. Se trata de profesionalidad. Se trata de respeto.
En La Trinchera del Artista Estratega, no decoramos webs. Diseñamos declaraciones de intenciones. Deja de ser un aficionado. Empieza a actuar como un puto profesional.