«Done is better than perfect»: una mentira que los verdaderos artesanos nunca se creen

«Done is better than perfect.»

Lo has leído en pósters de startups, en libros de productividad y en posts de LinkedIn de «gurús» que no han construido nada que merezca la pena en su vida. Se ha convertido en el mantra sagrado de la cultura de la prisa, la coartada perfecta para justificar un trabajo a medias, una app con bugs o un servicio mediocre.

Nació como un antídoto contra la parálisis por análisis, y en eso tenía un propósito noble. Pero se ha corrompido. Se ha transformado en una excusa. En un permiso para bajar tus estándares y apuntar a la diana de lo «suficientemente bueno».

Es una mentira. Y es una mentira peligrosa que los verdaderos artesanos, los profesionales que se toman su oficio en serio, jamás se han creído. Porque ellos entienden una verdad mucho más profunda: el trabajo que lleva tu nombre es un legado, no un item tachado en una lista de tareas.

Reloj de lujo en reparación, detalles artesanales y precisión en el trabajo de relojería.

La calidad no es una variable, es el punto de partida

La frase «Hecho es mejor que perfecto» crea una falsa dicotomía. Enfrenta la acción con la calidad, como si fueran enemigas. Te obliga a elegir.

Un artesano nunca elige. Para él, la calidad no es el objetivo final; es el punto de partida. El estándar mínimo no negociable. Su debate interno no es si hacerlo «hecho» o «perfecto». Su lucha es si su trabajo está a la altura de su propio estándar de impecabilidad.

La cultura del «done» te empuja a lanzar un Producto Mínimo Viable. El artesano busca lanzar un Producto Mínimo Admirable. Algo que, aunque sea pequeño y enfocado, esté ejecutado con una atención al detalle y un cuidado que genere respeto instantáneo.

  • Un MVP puede ser una silla coja que «valida la hipótesis de que la gente se quiere sentar».
  • Un Producto Mínimo Admirable es un taburete de tres patas, simple, sin respaldo, pero hecho de una madera increíble, con uniones perfectas y un acabado impecable.

Ambos están «hechos». Solo uno construye una marca.

«¿Estás dispuesto a firmar con tu nombre eso que acabas de dar por ‘hecho’? Si dudas un solo segundo, la respuesta es no. No está hecho. Vuelve al taller.»

Tu reputación es la única métrica a largo plazo

El culto a la velocidad está obsesionado con las métricas a corto plazo: lanzar rápido, iterar rápido, conseguir feedback rápido. Es un ciclo de acción-reacción constante.

El artesano juega a un juego más largo. Su principal métrica es su reputación. Y la reputación es la suma de cada pieza de trabajo que ha salido de su taller. Cada «hecho» es un ladrillo en ese edificio. Un solo ladrillo de mala calidad puede comprometer la estructura entera.

Cuando priorizas «hecho» sobre «excelente», estás optimizando para el ahora a costa de tu mañana. Estás diciendo: «Este atajo no se notará». Pero se nota. Se nota en la confianza del cliente, en la calidad de los testimonios, en el tipo de proyectos que atraes en el futuro.

Tu trabajo es tu embajador más poderoso. Y enviar a un embajador mal vestido, que tartamudea y no ha preparado la reunión, en nombre de la «velocidad», es un acto de sabotaje estratégico.


Redefine «Hecho»

Esto no es una llamada a la parálisis. Es un manifiesto por un estándar más alto.

La frase nunca debió ser tan simple. La verdad es más matizada: «Un trabajo impecablemente ejecutado y terminado es mejor que una obra maestra inacabada que solo existe en tu cabeza«.

El problema es que hemos usado la segunda parte de la frase para justificar la mediocridad en la primera.

El mundo no necesita otra newsletter escrita con prisa, otra app que se cuelga, u otro curso online a medio cocer. El mundo está ahogado en un mar de «hecho». Lo que anhelamos, lo que valoramos, aquello por lo que pagamos un premium, es el trabajo que demuestra cuidado. El trabajo que se siente deliberado. El trabajo de alguien que no se conformó.

Ese es el trabajo de un Artista Estratega. Ese es el estándar en La Trinchera. El resto es solo ruido.

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